viernes, 16 de marzo de 2012

Mondo Bongo.

Últimamente me han entrado ganas de aprender a bailar.
Por alguna que otra circunstancia, recordé cómo un ser querido me había mencionado que a veces, los latidos del corazón corresponden al ritmo de la música que se escucha.

Ahora sé, que, después de todo, estuviese bromeando o no, aquella frase me gustó. Denotaba algo bello, algo que podría ejemplificar muchas palabras innombrables. La música no es más que un montón de notas pronunciadas.

Las palabras, son música. A veces su sonido es terrible, obligándonos a querer levantar las manos hasta taparnos con fuerza los oídos, procurando no oír absolutamente nada más que los acelerados latidos de nuestro corazón.

Pero la música, de todos los colores, puede llevarte hacia el cielo volando como solo algunas drogas conseguirían, puede hacerte soñar lugares inimaginables, puede mostrarte nuevos sentimientos sin nombre como a veces presentamos al amor.

Ante todo, la música, técnicamente, no es más que un conjunto de sonidos producidos por algún instrumento o cuerda vocal; aparentemente, nuestra psique puede percibirla de cualquier otra forma.

Mi forma de verlo, no es más que pastelosamente, dejándome llevar para sonreír, marcando el ritmo, e intentando aprender a bailarlo.

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