jueves, 15 de marzo de 2012

El Fin del Tiempo.


Su situación no podría ser más reprochable. Ante todos los años, todas las vidas por las que había pasado, todas sus experiencias sin concluír. Terminó cayendo en el más simple de todos los fallos. Quién podría decir que le influiría tanto una leve pero constante compañía de un ser tan estúpido en ocasiones y tan amable en muchas otras.

Decorando su pequeña cabina más grande por dentro debería haber millares de fotos con la cantidad de acompañantes voluntarios que había tenido. Sonrisas por doquier. Alguna que otra vida destrozada que comenzó en el mismo día en otro tiempo. No podía ser otra cosa que magia pura. Porque los alienígenas no existen. Y esto hizo reír al hombre por cuya mente cruzó este pensamiento.

Muchas mujeres, la mayor parte no simples. Encantadoras mentes complejas que le habían salvado la vida en incontables ocasiones. Cruzó por su vista todos los rostros, todas las miradas, todas las risas, todos los silencios, todo.

No podía creer que todas ellas y ellos, que en sus vidas ha habido de todo; le hubiesen roto el corazón de alguna forma. Porque él quizás hubiese segado vidas, tal vez fuese demasiado temido ya y debiese arreglarlo, pero ante todo sus dos corazones tenían derecho a ser compasivos de vez en cuando y que fuese recíproco alguna vez.

Tenía que irse de nuevo. A salvar el Titanic volador de estrellarse contra el Palacio de Buckingham, secar el mismísimo Támesis para exterminar a toda una especie que merecía tanto como él vivir, pero había sido necesario por la misma supervivencia de la humanidad al completo.

Miles de sacrificios había cometido en sus once vidas, y la mayor parte no serían jamás recordados. Por un motivo u otro, siempre perecería en la memoria. Pero esta vez, esta vez era diferente.

Se encontraba para variar, en las afueras de Londres, recostando su espalda en la puerta de una cabina azul de policía. Esperaba a que sus compañeros saliesen de una vez para ir en busca de lo que fuese lo que les esperaba. Esta vez, sería temible. Un encontronazo con su pasado. Y no estaba preparado.

Nunca llevaba armas. Nunca había llevado y jamás llevaría. Demasiadas muertes había ya sin ellas. Así pues, ambos compañeros salieron de dicha cabina vestidos de forma bastante cómica, no había que juzgarlos, no sabían a lo que se enfrentaban.

-¿A dónde vamos?

Dijo la mujer con total convicción de estar haciendo lo correcto, seguida por su fiel compañero. Ambos estaban listos para echar a correr, buena falta les haría. Él no dijo nada, ni siquiera respondió a dicha pregunta. Se dispuso a andar hacia el pequeño edificio que tenían delante. Parecía un cuchitril que probablemente albergaría algún que otro adicto al chocolate. Y no al sano precisamente.

Su rostro era pura seriedad, quién sabe lo que les esperaría. Nunca le habían visto tan callado durante tanto tiempo, sin responder preguntas o afirmar peligro. Era realmente extraño. Llegaron a la puerta, y tras abrirla sin apenas forzarla gracias a un destornillador muy especial, descubrieron que aquello no era un cuchitril. Era mucho más grande por dentro.

El hombre compañero de la mujer tuvo que salir y volver a entrar varias veces para hacerse a la idea, no le sorprendía en una cabina pero sí en un edificio. Qué decir, no estaban ni en la Tierra al atravesar la puerta. John Smith, con todos sus años y su experiencia en la espalda, se adentró en el lugar hasta apoyarse en la barandilla que tenía justo enfrente.

Contempló no sin asombro, pero sí sin demostrarlo, el imponente interior de un edificio tan sorprendentemente alto como iluminado y lleno de seres como él. Los seres que había destruído hacía mucho tiempo. Relativamente.

Su llegada se esperaba. A saber desde cuando y desde dónde. Él era el último, el último de su especie, el último y solitario. Qué hacía rodeado de los suyos allí. Nada tenía sentido. Nadie se lo explicaría. O quizás sí.

-John Smith...

Una voz tras ellos, grave, pero no tanto, les obligó a girarse para observar el rostro de quién lo pronunciaba. El aludido elevó el mentón. Sus años parecían hacer mella en su rostro ahora, arrugas algo marcadas, ojos cansados pero amenazadores, cuerpo en tensión constante.

-Es un nombre nada común para que los terrestres te conozcan. ¿No te parece?

Se conocían. Claro que se conocían. Maldito chiflado que había perdido el norte desde que esos tambores se instalaron en su cabeza para no dejar de sonar. Habían cometido un error al infundirle la interminable sabiduría del mismísimo vórtice del tiempo. Desde entonces, su compañero de la infancia había cambiado. Había enloquecido.

-Es mi nombre.

-Regla número uno, mientes.

Rió ante su propio chiste, y los compañeros de Smith se habrían reído también si comprendiesen lo que ocurría. Aquel hombre tenía un aspecto joven, unos ojos brillantes, una sonrisa macabra, y un cuerpo fortalecido. Era paradójica su sola existencia.

-Estabas muerto.

-¡Detalles! ¿Cuándo has visto que algo sea inalterable? Tu misma presencia aquí es imposible. ¿O ya no recuerdas tu propio asesinato?

La compañera se acercó a John y susurró como si solo él le oyese:

-Cómo sabe eso. Sólo éramos cuatro allí además de ti...

Sus ojos, temerosos, buscaban comprender la situación. Y los brazos de su compañero la reconfortaron. De pronto, el amenazador ser que les sorprendiera comenzó a caminar, y John sin dudarlo y con algo de furia en los ojos le siguió.

-Dime cómo existes, cómo es posible que estés vivo, quién te salvó, tú mismo falleciste ante mis ojos aquel día, no...

-¡Mi turno! Querido amigo, solo desaparecimos. ¡Todo un imperio! ¿De verdad creías que con un simple destornillador podrías destruír la raza a la que perteneces?

-Yo no lo elegí. El poder se volvió demasiado oscuro, no había otra opción, no había nada que hacer. Sólo te pido que vengas conmigo. Ellos no existen están muertos.

-Yo también.

De pronto, los ojos del chiflado se llenaron de aceptación. Pero solo durante unos leves instantes. No había tiempo para discusiones sobre el deber ni la obligación. Estaban en su hogar. En su hogar ya inexistente.

Llegaron al fin donde el consejo. Quién les había guiado sonreía de oreja a oreja, peligrosamente, vestía como ellos. Quizá lo habían perdido ya...

“Esto no es más que un portal extra-temporal. Tiene que existir alguna forma de cerrarlo. Algún botón rojo, algún mecanismo escondido, alguna paradoja, algo imposible. Pero qué paradoja puede incluírse en otra paradoja para destruír la primera. Es imposible, científicamente imposible.”

-¡Les presento a nuestro asesino y salvador!

Un gran grito surgió de las gargantas de todos los allí presentes. Todos vitoreaban su existencia allí, en aquella imposible paradoja. Mientras, el loco de su guía seguía hablando.

-Al fin y al cabo no es más que un vulgar ladrón...

Smith caminó, tras susurrar algo al oído de su compañera e impedir que le siguiese, hacia el consejo que probablemente le condenaría.

-Solo mencionar tu nombre. Tu verdadero nombre, y tal vez todo tu mundo se vendría abajo. ¿No es así, maldito ladrón?

No era entendible. Ella debía hacer algo, llorar por la pérdida no serviría de nada. La presentación de la imagen no era más que desastrosamente triste. El hombre por el que había esperado toda su vida, por el que estaba cansada de esperar, el hombre por el que muchas otras personas habrían dado su vida, el hombre por el que muchos habían luchado. Ese hombre estaba a punto de desfallecer, destrozando la paradoja con su auténtica muerte.

Si él no existía, nunca habría sido un ladrón. Nunca habría destrozado su raza. El tiempo habría dejado de existir. Con lo que sus controladores también. Pero aquella cabina podría reestablecerlo todo sin necesidad de ayuda, solo alguien que la robase de nuevo. Alguien que no perteneciese a aquel mundo. Alguien que pudiese encerrar en el vacío a los mismísimos controladores del tiempo.

No era solo una persona quien podría salvar al universo. Eran tres. Ella, su prometido, y a quién ellos llamaban John.

Él sonreía, caminaba hacia la elevada mano del que en algún tiempo fue su superior y de repente, como un simple truco de magia, de su manga surgió una especie de destornillador, y el mismo se encontraba en manos de su compañera un poco más allá.

El loco de su guía corrió hacia ella, intentó arrebatarle, pero se econtró con que a su amado prometido no le agradaba en exceso la idea. Solamente le sujetó los brazos tras lanzarle un puñetazo al mentón y tumbarle en el suelo sin demora. Sujeto este, soltando más que barbaridades. John recuperaba su rostro marcado por el tiempo, sus ojos viejos y cansados, su infelicidad cubierta al mismo tiempo de un futuro esperanzador. Y antes de que debiese regenerar todo su cuerpo ante unos desconocidos más que conocidos, elevó su mano derecha enviando una señal psíquica gracias al bendito destornillador, a la vez que su querida compañera, quién imitaba el gesto pensando sólo en su realidad. En su mundo. En la existencia del mismo.

Smith echó a correr gritando que le imitasen, la puerta se veía cada vez más lejos, y no era un simple efecto óptico. Sus señores aún conservaban parte de sus poderes, pero la cabina quedaba lejos. Compañera y compañero alcanzaron la puerta, saliendo al exterior para contemplar el cielo rojo y alterado, para retirar la vista hacia el malnacido cuchitril, del que no salía nadie.

Él todavía estaba en el interior, rogando a su chiflado amigo que regresase con él. A la vez, todo el imperio se destrozaba. Los antes vitoreos ahora no eran más que súplicas, ruegos y maldiciones. Se destrozaba el local sobre ellos, aquel lugar estaba desapareciendo con ellos en su interior porque jamás habían existido. Y su amigo no quería regresar a la realidad con él.

Pero debía hacerlo, ante todo:

-No puedes dejarme solo otra vez. No puedes, maldita sea. Perteneces a la realidad. ¡A mi realidad! Yo puedo huír, tú ya lo has hecho. Regresa conmigo a casa. A nuestra nueva casa.

Le sacudía en el suelo, dónde el otro ya no se quería levantar. Se giró, tumbado, mientras observaba al techo caer sobre ellos. Un sonido más que reconocible surgió unas décimas de segundo justo antes de que ambos fuesen sepultados. Pero el único que apareció dentro de aquella mágica cabina solo fue él.

Sin amigos que le comprendiesen. Sin amigos que le explicasen. Sin amigos que le acompañasen de la misma forma que él. Sin amigos de su misma raza. Solo. Condenado a vagar sin rumbo fijo hasta el fin de sus días.

No había lugar para lágrimas. Los gritos llenos de risas de sus humanos amigos le animaban a sonreír. Siempre estaría solo, siempre estaría acompañado. Condenado a viajar buscando fantásticas aventuras con su amada y sexy cabina. Sonriendo de vez en cuando mientras, poco a poco, regresan a su aspecto el color joven y los ojos brillantes de un loco.

Un loco en una mágica caja azul.

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