viernes, 29 de junio de 2012

Con la erre de repetir.

Bienvenidos al restaurante más caro del mundo, pueden adentrarse en la cocina. ¡Caballeros y damas, aquí mismo un montón de ratas pisotearon y mancharon con su falta de evolución! Pero, ¿por qué se van? Nunca lo entenderé hijo mío, siempre me hacen lo mismo. Echan a correr hacia la primera puerta que ven, lo que nunca sospechan es que justo al otro lado están esas mismas ratas. Ya van viejas las pobres, poco pueden correr ya a sus años, como yo más o menos.

Sonrió con malicia y echó a caminar de vuelta al público, aquello no era un restaurante, era un hogar para todos aquellos que por la calle anduviesen, o eso decía el cartel; porque en realidad lo más parecido a un restaurante era un montón de manteles sucios acumulados en una esquina. ¡Un auditorio! Eso parecía ser. Parecía toda una encrucijada, y había bastantes niños pequeños que, ansiosos por ver terminar el juego de las marionetas, berreaban. Al mismo tiempo, uno de los adultos que había huído de las ratas sacaba forzosamente, de forma literal a sus hijos e hijas. El anciano reía, todos los años en todos los recitales le pasaba lo mismo. La gente tenía miedo, del cambio. Se dirigió a la parte de atrás del escenario, porque para él no era backstage, con esas invasiones inglesas, no; era la parte de atrás del escenario, fin. Sus nietas y nietos le esperaban allí para la auténtica actuación: su historia, su cuento, su enseñanza. Unos la consideraban fantástica pero realista, otros sencilla pero llena de leyenda. Habría que juzgarlo, pero ningún adulto tenía permitida la entrada. Salvo su adorada parejita, su mujer y su hijo, bastante mayor ya para aquellas historias.

-Muchachos, ya sois lo suficiente mayores para entender lo que ahí fuera está sucediendo. ¿Habéis visto a vuestros padres bailar, no? ¡Qué aberración! Ahora os enseñamos mi mujer y yo.

Así lo hicieron ambos: el bastón al que se había estado agarrando fue lanzado por los aires, lo que creó una gran expresión de asombro en su infantil público, se abrazaron marido y mujer, clavándose la mirada para dejarse llevar por el vals que su hijo improvisaba en el acordeón, tan francés siempre él. Bailaban, enseñaban. Los niños se agarraron entre ellos, habían traído amigos y amigas, y aquello era un grupo considerable de personas dejándose llevar por aquella invasión pacífica de su psique musical.
-No sé cómo deciros, colegas, que ya practicaréis en casa. ¡Porque veo auténticos talentos por aquí desperdigados! Amor mío, ¿te apetece empezar la historia? Me has dejado sin aliento.
Un sincero guiño de ojos, una risa por aquí, otra por parte del acordeón que poco a poco desaparecía sin percatarse nadie de ello. La mujer se sentó en un viejo sillón que estaba a la izquierda de los niños, pero no como una señorita, cruzó las piernas agarrándose los pies como si fuese una mujer típica del movimiento hippie. Palabra inmencionable presente su marido en la sala.
-Veamos, guapos, no sé cómo decirle esto a quién a mi lado véis hecho un adefesio. ¡Soñaríais si le vieseis a vuestra edad! Era el que más alto saltaba, el que más rápido se alejaba, porque sí... También era el que más trastadas hacía. ¿Habéis oído hablar de las mentiras? Claro que sí...
No dejaba que nada se interpusiese en aquel relato, ni siquiera era un cuento, era una enseñanza a la que no se aplicaban normas existentes ni inventadas, era un juego.
-Mis cielos, nunca os vais a hacer mayores. Miradnos a nosotros, tenemos muchísimas arrugas, conocemos todas las palabras del mundo, pero nuestra mente es tan joven como la vuestra. Tiene tantas ganas de diversión, ¡o incluso más! Pero hay mucha gente aburrida alrededor, ¿os habéis fijado en el color de sus ropas?
-Mujer, no empieces otra vez con la ropa.
-Sants, no me tomes el pelo, es el mejor ejemplo que existe. ¡No le hagáis caso! Se deja llevar por los aburridos. ¡Sí! Esos que llevan toda la ropa del mismo color, ¿es que no han visto el amarillo de las flores, el azul del cielo, el rojo de las rosas, el verde de los árboles? Se aburren, constantemente; y por eso os riñen sin cesar. Porque os tienen envidia.
La mujer asentía como si le fuese la vida en ello. Era una carrera contra la sociedad, estaba casi todo programado, incluso esa leve y parpadeante discusión que había entre la pareja. Pero necesitaban una imagen para que las jóvenes promesas que allí guardaban como en un tesoro no se distrajesen con los colores mencionados.
-Vidas mías, pronto van a venir a buscaros. Tengo un reto para vosotros, es un juego. El mejor de los juegos, el más épico, el más amargo, el más largo, el más difícil... El mejor. Tenéis que salir de aquí y bailar. Bailad como si la vida os fuese en ello, como si hubiese un gran ogro que os persiguiese y os intentase arrancar la risa de los labios y el corazón y tuvieseis que hacerle reír a él...
Sants se levantó, recuperado aparentemente ya, comenzando a perseguir a los muchachos, que escapaban como la mujer le había dicho. Uno de ellos atacó al viejo por detrás, y sin herirle empezó a hacerle cosquillas con una pluma enorme en la barriga, otra niña le hizo las típicas cosquillas que se le hacen a los bebés, en la barriga, y el anciano echó a reír como nunca. Terminaron todos sentados en el suelo, riendo, y atendiendo de nuevo, gracias al ogro, al fin de la historia que nunca lo había sido:
-...Bailad. Bailad hasta que vuestra alma amenace con caer a los pies del mar, corred hacia el horizonte en el que dicen que hay el mayor cofre del tesoro. ¡Todos los salvajes piratas acordaron esconder allí sus botines! Tienen parches, oro, chocolate, las más hermosas figuras de hielo, sirenas que cuentan historias para despertar y no dormir nunca. ¡Tesoros irrepetibles! Pero sobretodo, mis corazones, mis ansias de futuro, nunca os dejéis llevar por la corriente que os amenaza. Esa corriente, os arrastrará hacia el abismo. ¿Habéis oído hablar de las grandes cataratas del Niágara? Pues eso cinco veces más. ¡Abarcan todos los universos! sólo quiero deciros, y prometo no hablar más inútilmente, que luchad pacíficamente, en contra de la sociedad que os quiere ocultar. ¡Pintad cuadros, bailad y cantad música, disfrutad de la vida y corred, porque los aburridos vienen a por vosotros!
En el exterior empezaron a oírse los nombres de los padres de aquellos mequetreces, y ellos rieron con un brillo en los ojos, un brillo de entendimiento, huyeron para poder reír y bailar después.

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