viernes, 5 de abril de 2013

Espacio-tiempo.


Un incontable montón de árboles más altos que cien hombres. Más verdes que el mar del Caribe. El cielo no estaba a la vista. No hay luces artificiales, no hay rastro humano. Nuestro protagonista no tiene ni idea de dónde se está metiendo, o si se está metiendo en algo. Recuerda lagunas. No es que tenga lagunas en la memoria, es que eso es lo único que recuerda: pequeños e insignificantes momentos. Estamos en abril de 2013, viernes día 5; el reloj no ha dejado de funcionar, pero sus ojos están empezando a fallar. Está cansado, lleva caminando horas, tal vez días, sólo, y probablemente en círculos. Hay algo ahí, en ese destrozado árbol. Un rastro humano. Un cacho de papel.

21 de abril de 2013
Estoy sola.
No me queda demasiado tiempo.
Todo sucede demasiado rápido.
No van a venir a salvarme.
Lo sabía.
La locura pronto se apoderará de mí.
Si has venido a buscarme, y ya es demasiado tarde, huye.
Nada podrá salvarte.
Ni de ellos.
Ni de mí.

Ya. Lo que le faltaba por ver. Un trozo de papel del futuro. Un trozo de papel del futuro cercano. Un maldito trozo de papel de ese mismo año, y de ese mismo mes. ¿Qué día decía el reloj que era hoy? 5. Faltan 16 días para que escriban esta nota. Quién sabe cuánto para que la claven aquí. Qué demonios. ¡Qué le estaba pasando! Su cabeza empezaba a dar vueltas, sin estar moviéndose él… ¿No? Cayó al suelo, recibiendo menos dolor que si cayese sobre cemento, apagándosele los ojos, al menos temporalmente. Un desmayo muy varonil.
-¡Bueno muchachos, otro que se cree que ha encontrado a la princesita perdida!
Se escucharon risas. Saltaron árboles abajo unas criaturas que en algún otro tiempo fueron humanas, si ahora lo eran, los monos serían su evolución. Vaciaron los bolsillos, rompieron la ropa, buscaron en todos los recovecos del muchacho intentando encontrar comida, o algún resquicio sobre si de dónde venía existía. Cuando la búsqueda finalizó sin premio alguno, las risas ya se habían apagado del todo. Cogieron la nota, arrancándosela al indefenso y en la otra vida ya casi, muchacho, para ir a colgarla en otro árbol. Dos de las criaturas se quedaron con el cuerpo. Sólo había dos posibilidades: habían decidido atravesar la frontera hacia lo insano, o seguirían buscando hasta la desesperación. En cualquiera de los dos casos, ya estaban muertos.
Una joven niña, que parecía estar creciendo en aquel extraño ambiente, arrancó la nota de las manos del que primero la encontró y huyó con ella. Las criaturas le gritaron con una familiaridad que hacía que pareciese algo común en cada salida del sol, a quién se le ocurre mantener a una niña con vida en los tiempos que corren.
Esta vez fue diferente.
Sólo la niña sabe qué ocurrió, nunca nadie lo sabrá, y miles de leyendas se escribieron y contaron después; pero aquel día, fue la última vez que la vieron y oyeron.
-Abuela, nos has contado esa historia miles de veces.
-¡Un poco de sentido del humor, muchachos! Os hacéis viejos demasiado pronto.
La anciana mujer estaba en su acomodado salón, al lado de una chimenea artificial, con sus nietos a su alrededor, los tres.
No podría ser de otra manera, todos los viernes hacían aquel ritual; y sí, todos los viernes era la misma historia.
Ella no era aquella muchacha, todo eso nunca ocurrió.
Los bosques se habían extinguido, al menos los exteriores; pero ella aún los recordaba.
Ese día era el marcado en la nota.
Porque la nota existía.
La única diferencia, fue que la encontraron dos siglos antes.
La había heredado, como solo se conseguían posesiones en toda su vida y probable muerte.
Esperaba el instante de regresar al lugar, de que ocurriese algo.
Entonces fue cuando lo perdió todo.
Incluida la cordura.
Esa nota la escribió ella misma, ese mismo día, en ese mismo papel, con esa misma letra.
No había salón.
No había chimenea.
Había un gran bosque.
Un profundo sonido de gritos lejanos.
Un temblor en los pies.
Cincuenta años menos.
Algo más de agilidad.
Algo más de realidad.
Un grueso tronco la sujetó ante su inminente caída.
Allí mismo clavó la nota.
Abrió los ojos de golpe.
Los cerró con fuerza pensando un solo segundo lo que dejaba atrás.
Volvió a abrirlos y echó a correr.
Sabía cómo acababa la historia.