miércoles, 2 de julio de 2014

V de Verdad.

Vivo diariamente en un pueblo que ignora lo que no le gusta. Anoche regresé a casa después de pasar la tarde estudiando, y allí estaba el hombre.
Varias semanas han pasado desde que le vi por primera vez. Es un señor que se mueve a lo largo del pequeño pueblucho con un carrito de hacer la compra y una manta.
Vi cómo tenía que dormir tras los contenedores, en cualquier banco o esquina donde no estuviese muy visible. Porque a la gente no le gusta ver esta clase de "cosas"; ya no son personas, son sucesos.
Viniendo de la humanidad tristemente no me sorprende, pero escuchar a mis conocidos criticar al pobre hombre por dormir en la acera...es despreciable.
Volaron delante de mí todas las buenas vibraciones que había tenido sobre nuestro futuro. Había conseguido convencerme de que había una posibilidad, por muy pequeña que fuera, pero cuando a alguien que no tiene techo no se le ofrece ni un trozo de pan, poca humildad nos queda.
¿Vengarse en honor a todos los que sólo buscaban caridad? ¿De qué serviría? Tarde o temprano, regresarían a la creencia de que lo mejor es ignorar el problema. La violencia sólo trae violencia, y es lo último que necesitamos en la ecuación.
Varias oportunidades tuve de ayudar a gente en esta situación, y todo lo que estaba en mi mano hice. Sin embargo, hay una sensación que no le deseo a nadie, que es la impotencia que se siente cuando nada más se puede hacer para ayudar.
Ver con tus propios ojos la involución de personas que merecían la pena es la peor tortura existente. Ideales maravillosos, buenas intenciones, sinceridad verdadera...
Verdad. La verdad. Esa que no queremos ver. ¿Porque duele? Hoy leí la noticia de una pareja que pactó su suicidio y lo realizó después de avisar a la Guardia Civil. Es la verdad, y probablemente no lo sea del todo. Sinceridad es todo lo que pido, pero la gente no quiere saber.
Vivimos en una falsa felicidad que creemos nos protegerá cuando haya algo de lo que protegernos. No puede ser. Las mentiras son como una cúpula de cristal. Pueden dar la sensación de apoyo, pero el cristal es débil, y cuando ya nos ha ocultado mucha realidad cualquier detalle hará que empiece a quebrarse ese pequeño y frágil mundo.
Visitemos pues nuestro interior, busquemos el martillo más potente que tengamos y hagamos quebrar esa cúpula. Si somos nosotros los que regresamos a la realidad por nuestro propio pie, la caída será mucho menor. Habrá caída, será doloroso, pero habrá sido voluntaria y sólo nuestro será el mérito de saber enfrentarnos cuando llegó la hora de hacerlo.
¿Vergüenza? Vergüenza debería darnos el quedarnos mirando las desgracias en la caja tonta mientras nos autoconvencemos de nuestra bondad donando un euro a alguna asociación benéfica. Pamplinas. Debemos enfrentarnos ya. No estaremos solos, a pesar de lo que nos quieren hacer creer. Temporalmente cerca está el accidente de tren de Santiago, en el cual los vecinos fueron a ayudar por su propio pie. Dejaron sus condenados sofás y salieron a ayudar a quien lo necesitaba. Pues bien, ahora es nuestro turno.

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