miércoles, 22 de agosto de 2012

Olvido.

Desde tiempos inmemoriables, mi corazón ha estado esperando, esperando el momento adecuado a sonreír por una buena causa; el momento adecuado para sentir que late por alguna razón. Ante cualquier imprevisto, parecía que mis días vivían en un contador imparable, siendo mis ojos obligados a mirar allá donde no quería ver: el final del túnel, la luz de la muerte, las estrellas caídas, los niños sin cajas.

Me gusta soñar, porque mientras lo hago puedo recordar qué es lo que vivo, lo que siento, lo que deseo. Desgraciadamente amanece demasiado pronto, y de mis sueños nunca puedo disfrutar. A veces pienso en cómo será el fin que tanto se acerca, en si será un eterno sueño...

Mis lágrimas no son saladas, mis lágrimas no son tristes, mis lágrimas solo llaman, buscan a aquel que las comprenda, que las consuele, aquel que le deje gritar, aquella que le abrace con fuerza. Sólo un hombro dónde ocultarse, un estúpido hombro inmóvil que te sujete y soporte, que te ayude a caminar, que te ayude a reír aunque esa sonrisa no sea para él o ella.

Me gustaría poder tener la seguridad de que recordaré lo que aquí describo; mis penas, mis alegrías, mis desilusiones y mis sueños. La realidad es que no lo haré, y por eso esta carta quiero que la tengas tú. Amor de mis amores, rechazo de mis ojos, abandono de mi corazón. También de ti me olvidé, pero me olvidé de conocerte. Todos los días por la mañana, todos y cada uno te veía cruzar ante mi ventana, en la que me escondo del horror interior. Tus ojos se quedaron fijos en los míos y yo sentí un cosquilleo. Tú sonreías y seguiste caminando. Yo salté por la ventana, todos los días lo hago. Te seguí, allá donde tus tacones sonaban. Apenas si llevaba yo ropa, solo un roído camisón y unos pantalones vaqueros muy gastados y despreciados. Todos los días tengo la misma ropa, porque todos los días olvido que ya no me queda nada más que vestir. Al seguirte un día, me esperabas en una pared que no vi, y me besaste sin tener en cuenta quiénes somos, quiénes fuimos o el mundo en el que vivimos. Nuestros corazones latían con velocidad asombrosa; pies descalzos, tacones altos, y las dos éramos iguales. Y tan diferentes.

Olvidé, como de costumbre, saludarte hoy por la mañana. Ya no recuerdo el día que te vi por primera vez, ya no recuerdo nada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario