sábado, 5 de mayo de 2012

Suburbios

Un juicio es lo que se vislumbraba con dificultad entre la niebla del tabaco. Una mujer, con aires de grandeza, creía luchar por lo que debía. Su cabello era azul, sí, literalmente azul. Antaño había sido ya violeta, pelirrojo, rubio, moreno y gris. Nadie sabía cuál era su color natural, otros rumores decían que haría envidiar al mismísimo arco iris. El juez le prestaba atención mientras ella solo fumaba un cigarro mirando por la ventana. Nuestro querido protagonista acababa de entrar en la sala, y se podían escuchar unos débiles susurros dispersos por el lugar. A la mujer nadie le atribuiría la atención que en un juicio se suele profesar a todo tipo de acontecimientos, sino fuese por el pequeño detalle, de que ella era la abogada. ¿Del acusado, del bando contrario, qué es lo que defendía, por qué luchaba y quién le había dado permiso para fumar allí? De pronto, el silencio reinó. El joven de ojos de fuego no supo dónde sentarse, con lo que estaba casi en frente de la mujer, atónito. La voz de la mujer, con una leve inclinación varonil, bella, suave, perfecta, encajaba a la perfección con su aspecto desenfrenado.


-Temo tener que anunciar, como muy bien me atraviesa el alma, que la superioridad de los arcángeles es más que un símbolo. Es más que muchos símbolos. Agradecería en gran medida, la extrema consideración que se debería tener en la perfección. Pero no hay reinado alguno, no hay existencia venidera, la diversión ha dejado de existir aplastada por la disciplina, que dicen llamarla así. No recuerdo el principio del porqué nos hallamos nosotros aquí, las lágrimas ya no atraviesan los ojos de nuestros pueblos. Las sonrisas de dientes torcidos, han dejado de verse brillar con felicidad. De forma interesante, nuestros reyes ya no ordenan a nada ni a nadie. No se cree en ideologías, no hay fe, ni honor. Los gritos de los infantes se ahogan en la soledad. La oscuridad ha perecido ante tanta brillante luz. Solamente tenemos una esperanza, una terrible y condenada esperanza.
Sus palabras se clavaban como cuchillas en el alma del recién llegado. Sus ojos se encontraron, los carmesís de él, con los negros de ella. Ambos eran colores inesperados, increíbles, imposibles. Pero la verdad parecía cruzar un puente entre ambos. ¿Se conocían? Solo ellos lo sabían. El hombre sin nombre, seguía allí en pie. El juez estaba a punto de llamarle la atención, quizá brutalmente, para que se sentase; pero ella lo impidió, inconscientemente o no.

-Quisiera llamar al estrado, al hombre en el que nadie, salvo yo, ha posado sus ojos.
La sorpresa se pudo escuchar en la voz de todos los presentes, algún que otro leve gemido de indignación cruzó por sus gargantas; pero él caminó con paso firme y seguro donde ella le indicó. El joven parecía no mostrar ahora nada más que indiferencia. Sus ojos entrecerrados, sus labios como una fina línea habían semejado una sonrisa tan solo unos segundos antes, cuando se le había dirigido la atención. Iba él mucho más formal que ella, con traje y corbata. Una vez de pie frente a la mesa adjudicada, se negó a sentarse. No era el acusado. Entonces, sin que nadie separase la vista de la mujer que atraía todas las ideas como las moscas se pegaban a la dulce miel, el muchacho habló. De nuevo con voz firme, él también tenía una voz que encajaba con su aspecto, un tono levemente severo, pero su voz, dada a la sorpresa, tendía más a jugar con el tono.

-Damas, caballeros y otras especies-murmuró él con cierta ironía, sin perder la claridad base-mi compañera de ideas, aquí presente, solo ha dado forma a lo que todos ya conocíamos. A lo que nuestros corazones llevan negando siglos. A la existencia que todos en el fondo buscamos, al encuentro con nosotros mismos, a la búsqueda de algo que, si lo creemos inexistente, no nos volveremos locos. Simplemente... regresaríamos a la cordura.
Aquel repentino cambio desencajó a todos. Sus rostros parecían sorprendidos, pero algún que otro insensato había comprendido el discurso y el miedo acuciaba sus ojos. Las historias habían predicho aquella situación, aquella misma. La mujer que permanecía inmóvil entre el público no cabía en sí misma. Las historias. No se había vuelto paranoica, no soñaba con fantasmas extraños. Todo lo que le habían contado de pequeña, todo lo que su padrino le enseñó a escondidas, sin que sus padres supiesen nada... Todo era cierto, y lo tenía por desvaríos de un loco. Estaba a punto de estallar, pero el miedo la tenía paralizada, no sentía ni su rostro, ni el resto de su cuerpo, a la vez que su mente se desbordaba de ideas locas, o cuerdas quizá. Las voces seguían, como una tortura. Aquello era como un sueño o como una pesadilla, no recordaba cómo había llegado allí. Esta vez fue la mujer quién habló, de nuevo.
-Lamento desde mi oscurecida alma tener que juzgaros a vosotros en nombre de toda la humanidad, pero sois los más puros de corazón, o lo que en los archivos han escrito. Papá Noël no es un cuento infantil, queridos huéspedes, aunque sí su nombre.-la información seguía inundando la sala sin pausa, sin freno, sin nadie que los contrariase. Poco a poco había más caras asustadas y menos sorprendidas.-Vuestras ideas son las que han conducido al mundo. Casi toda la maldad se reduce a vosotros, os contaría la historia de un par de mitades. Aquellas mitades cuyos enfrontamientos fueron tan terribles, tan temidos por sus contricantes, que nadie ha tenido el coraje a escribirlo, la pluma temblaba en manos del más sagaz. Quién osa empuñar una espada cuando la frágil pluma puede derribar los muros de su corazón.
No terminaría ahí aquella situación, y ya todos los presentes lo sabían. La imagen del juez se había difuminado. El humo del tabaco ya se había dispersado, y el tono de voz de la mujer parecía indicar que efectivamente se dirigía a contar la más sagaz de las historias. Pero el hombre la comenzó, sentándose, no en la silla, si no encima de la mesa, donde podía visualizar todos y cada uno de los rostros presentes. La mujer se apoyó justo al lado, descansando el cuerpo y la voz.

-Todo comenzó con la mismísima creación, no hubo ningún Uno, ningún Dios, ninguna creencia surgida de vuestra imaginación, nada. Ni siquiera el más inteligente de vuestra especie, fusionado con cualquiera de las mentes que vagan por ahí fuera, podrían averiguar lo que en realidad ocurrió. Ni siquiera nosotros sabemos con certeza como fue, al fin y al cabo, era nuestro nacimiento.-una pausa dramática se pronunció tras este importante dato, pero una pausa no demasiado larga, a ninguno de los dos les gustaba esperar.-Para nosotros no fue más que el golpe que os dan a vosotros al nacer. A partir de entonces, pues... juegos de niños. Entre ellos, surgieron varias enfrontaciones. Nosotros no éramos hermanos, cómo íbamos a serlo si no veníamos ni del mismo lugar ni de los mismos padres. Somos completamente diferentes, y también lo fuimos entonces. El crecimiento acució nuestro sistema, nadie sabe cómo, nadie sabe dónde, y nadie sabe por qué.
La mujer parecía querer participar ya, estar inmóvil sin hacer nada no era su estilo ni mucho menos, y dada la atención que prestaban los, por obligación, paralizados espectadores, pues le atraía la idea de jugar con sus mentes sin destrozarlas.

-Los juegos de niños pronto dejaron de serlo. Creaciones surgieron de las ideas de nuestras mentes, y nuestras manos le dieron forma como a una figurita de barro. Frágil, débil, inútil en sus comienzos. Pero poco a poco, los juguetes fueron adquiriendo formas desconocidas, nuevas, increíbles. No se parecían lo más mínimo. Las creaciones ahora llamadas clásicas de mi compañero, no se parecían nada a las figuras faltas de sentido que yo creaba sin cesar. Tarde o temprano, nos enfrontaríamos, ambos éramos conscientes de ello; simplemente lo aplazábamos cuanto podíamos. Ambas creaciones adquirieron vida de una forma que aún no dominamos demasiado bien. Cada una se dirigó a un lugar, uno de los lugares que más se pareciese al espíritu que había nacido de la nada, como nuestra esencia.
Parecía que querían encandilar al público con su forma de contar el cuento. Se alternaban, una vez él, con sus cambios de voz, y otra vez ella con su suavidad, con su estabilidad. El carácter de ambos parecía no tener nada que ver con las bases que un universo había forjado.

-Y el enfrontamiento llegó. La guerra estalló. Los ojos de los hombres y mujeres que veían la batalla en el horizonte se tildaron de miedo. Nadie sobrevivió. Nadie conocido. Entre ellos se inventaron historias, al fin y al cabo, nosotros solo jugábamos, aprendíamos y creábamos experiencia. Nuestras creaciones parecían ir a un ritmo completamente diferente. Dos ejércitos, cuya amplitud no se podía medir de ninguna de las maneras, dos ideas, cada una intentando invadir a la otra, sin conformarse con su espacio conferido por el tiempo y su poder. Círculos, eso es lo que es el tiempo. Un sinfín de círculos no perfectos. Por ello, después de la primera enfrontación, hubo una segunda, una tercera, una cuarta, una quinta, y una sexta. La sexta, fue quizá, la más definitiva.
-Hay quien dice, que fue la última, y que desde entonces la humanidad no ha dejado de decrecer. Yo no lo creo. Y mi compañero tampoco. Nosotros ya nos habíamos unido, reconciliado, amado, querido, y respetado. Nadie lo veía con ojos atentos. Todos bajaban hacia la tierra. La tierra en la que el agua reinaba sin orden ni reino. Ciertos fueron los encuentros, todos ellos sangrientos, carentes de ningún límite, salvo el del agotamiento. Los corazones de los combatientes se enchían de coraje, unas ocasiones los de mi bando no conocían el miedo, otras... 
-Otras simplemente no podían ver.
-Tal era la amplitud de ambos bandos. El Norte, que es como terminé calificando a mi querido compañero y su ejército, se enfrentaba a mi amado Sur como si la vida le fuese en ello, que efectivamente así era. Pronto empezaron a formarse alianzas entre ambos bandos, surgieron espías, mentirosos, contrabandistas, personas sin valor que solo buscaban su propio beneficio. Pero tal era la magnitud de la situación en la Sexta, que sus corazones habían perdido el rumbo. La fe, el honor, sus creencias; todo se había convertido en guerra. Guerra, lucha sin sentido. 
-Nosotros ya habíamos... madurado, de alguna forma. Nuestras ideas se habían formado a mayor rapidez que nuestras figuras de barro débil. Ahora podríamos reunirnos en cualquier lugar para reír, bailar, cantar, disfrutar, beber, correr, gritar, sentir... Nuestros ojos, alrededor solo vislumbraban muerte, pero también veíamos todo lo demás. Los campos más verdes que jamás habían existido, el cielo más azul que jamás se había visto, y el mar más transparente que el puro diamante. Mientras tanto, el sufrimiento atormentaba en forma de temible tormenta, a nuestras creaciones.
-El ejército del Sur se había apoderado de la mayor formación de armas jamás creada para entonces, el tiempo pasaba, y cuando no lo tienes es cuando debes perderlo. Mi ejército se había formado de la nada, combatía sin motivo, su único objetivo era destronar el rey del Norte, atormentar el resto de sus días como culpable de todas las penas de mi pueblo. Aún no conozco al susodicho rey.
-Probablemente fuese yo en alguna vida.
Ambos rieron como si llevasen siglos gastándose la misma broma. Era una risa gastada, bella, suave, como todo lo que hacían. Ambos sonidos se complementaban. Cerraron los ojos con lentitud a la vez, recordando imágenes, olvidando por un momento qué es lo que hacían allí. No duraría demasiado aquella sensación, debían terminar de una vez.

-De cualquier modo, la impotencia del pueblo del Norte ante tal ejército les obligó a sacar fuerzas de la nada. Los hombres y mujeres más jóvenes, combatiendo contra un mal que ellos mismos habían creado, sin existir tal mal, tal peligro. Formaron también ellos un ejército. Los dos frentes estaban ya perfilados, siendo evidentes sus límites, sus comienzos, y sus propósitos. Invencibles, en todos los sentidos de la palabra. Donde se creaban ambos ejércitos se escuchaban llantos en la brisa que los árboles dejaban pasar. Sonidos amargos, hermosos, melancólicos. Lágrimas de amargura, de impotencia. Los más viejos, los más jóvenes, todos perecían bajo las cavernas. Sabiendo que no volverían a ver a sus amigos, a sus parientes, a sus queridos, a sus amadas, a sus padres... Todo por la guerra.
-El juego había dejado de serlo, pero no pudimos intervenir. Se nos había escapado de las manos, no poseíamos ya el control. Nuestros aprendices de seres habían tomado una forma tan mal encaminada, que nuestros dones fueron por completo inútiles. Siendo nuestros ojos testigos de unas imágenes tan terribles, tan horribles, tan... hirientes. Nuestros corazones, frágiles y puros, lloran sangre aún hoy por las penas cometidas.
Entonces ella estalló, la mujer del público, la que conocía ya las historias, la que no quería llorar más, gritó en medio de la sala un profundo basta. No podía soportarlo, la tortura a la que les estaban sometiendo era tal, que su dulce corazón tampoco podía aguantarlo. En pie, ojos cerrados, frente al cielo, esperanza desaparecida, llanto atravesando su espíritu. Bajó la mirada al fin, y la pareja le clavó la mirada. Con ojos humedecidos, la mujer de ojos negros, la que estaba contando la historia, echó a correr hacia la mujer que estaba en pie, y la atrapó entre sus brazos. La abrazó con tanta fuerza, que apenas podían respirar ninguna de las dos. Una escondía el rostro en el hombro de la otra, jadeos de desesperación e impotencia. Madre e hija podían diferenciarse del resto de vida en la sala. Pronto le dio la mano y la llevó con ella, mientras el joven seguía con la historia como si nada hubiese ocurrido. Su público seguía hipnotizado, solo la hija de ambos se había liberado del hechizo al no estar recibiendo información novedosa.

-La guerra no cesaría, no lo haría jamás, y aquella gente la sabía mejor que ninguna. Lamentamos desde la primera vez que vimos luchar a nuestros hijos, el no haber hecho nada por impedirlo. El ejército del Sur comenzó a caminar, dirigiéndose al punto de encuentro, la mitad del camino entre ambos reinos. La reina del Sur, cuya mujer aún no he conocido conscientemente, era el objetivo de los militares del Norte, culpable de todas sus penas. Días después, tuvo lugar el enfrontamiento. Había coraje, valor, miedo, temor, y pesar en ambos bandos. Los ojos y rostros de todos ellos gritaban sin que nadie les escuchase, que no querían luchar; que solo querían regresar a su hogar con sus familias. Por vez primera en muchos años, la masacre fue brutal. A punta de espada, flecha, estaca, hacha... La sangre formaba ríos de amargura allá donde fuese.
-No os habéis recuperado desde entonces.
Se acabó la historia. Adiós a las bromas, a los juegos, a la información. Vuelta al sueño presente, a la vista de la realidad, al nuevo encuentro con la mente, a la deformación de la parálisis. Ellos no deberían estar allí, seguían sin poder controlar su propia creación, sus juguetes de barro. Pero el espíritu del juego, de la felicidad que la esencia de los vivos había creado aún estaba viva en los corazones más puros y simples que pudiese engendrar la tierra y el mar. Implacables ambos, abrazando ahora él a su hija, la mujer se plantó ante todos ellos para suspirar, cerrar los ojos, encenderse un cigarro y murmurar unas simples palabras.

-Bienvenidos al apocalipsis.

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