El mejor regalo que se le puede dar a una persona es y será
siempre la libertad de la igualdad. Derechos humanos, aquellos que recogen que
todos y cada uno de nosotros somos iguales y diferentes en nuestra imperfecta
perfección.
Ya no más discriminación por color, por religión, por
ideales, por sexo.
Plantéate por un momento que hubiese en realidad esa
maravillosa igualdad que se podría ofrecer al mundo.
Piensa en el fin de las dictaduras, adiós a los gritos de
sufrimiento, a los llantos de desesperación, a las innecesarias hambrunas, a
esa muerte provocada por una enfermedad con cura.
Sueña con una realidad que regale a todos y cada uno de
nosotros la felicidad de no ser juzgado, de tener las mismas posibilidades, de
poder vivir donde uno quiera.
Imagina poder sonreír bajo la lluvia, o quizá bien calentito
frente a una chimenea, o tal vez rodeado de tus seres queridos, quién sabe si
durmiendo unas nueve horas sobre un mullido colchón.
Correr sin que te persigan, caminar con la cabeza bien alta,
porque nadie puede minar quien eres, y porque más allá de toda pauta, de todo
impedimento, de toda intolerancia, siempre volverá a nosotros nuestra auténtica
naturaleza: la amabilidad y el compañerismo, la tolerancia y la compasión.
Ese impulso de abrazar a un pobre hombre con el corazón
roto, ese impulso de compartir tu plato con una hambrienta mujer a la que han
robado el único dinero que tenía, ese impulso de hacer reír a alguien al que
solo enseñaron a llorar.
Siempre, siempre tendremos esa libertad de vivir, ese compañerismo,
esa maldita alegría compartida, porque siempre triunfará nuestra bondad en la
eterna lucha contra el egocentrismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario