sábado, 1 de marzo de 2014

Impulsos.

El mejor regalo que se le puede dar a una persona es y será siempre la libertad de la igualdad. Derechos humanos, aquellos que recogen que todos y cada uno de nosotros somos iguales y diferentes en nuestra imperfecta perfección.

Ya no más discriminación por color, por religión, por ideales, por sexo.

Plantéate por un momento que hubiese en realidad esa maravillosa igualdad que se podría ofrecer al mundo.

Piensa en el fin de las dictaduras, adiós a los gritos de sufrimiento, a los llantos de desesperación, a las innecesarias hambrunas, a esa muerte provocada por una enfermedad con cura.

Sueña con una realidad que regale a todos y cada uno de nosotros la felicidad de no ser juzgado, de tener las mismas posibilidades, de poder vivir donde uno quiera.

Imagina poder sonreír bajo la lluvia, o quizá bien calentito frente a una chimenea, o tal vez rodeado de tus seres queridos, quién sabe si durmiendo unas nueve horas sobre un mullido colchón.

Correr sin que te persigan, caminar con la cabeza bien alta, porque nadie puede minar quien eres, y porque más allá de toda pauta, de todo impedimento, de toda intolerancia, siempre volverá a nosotros nuestra auténtica naturaleza: la amabilidad y el compañerismo, la tolerancia y la compasión.

Ese impulso de abrazar a un pobre hombre con el corazón roto, ese impulso de compartir tu plato con una hambrienta mujer a la que han robado el único dinero que tenía, ese impulso de hacer reír a alguien al que solo enseñaron a llorar.


Siempre, siempre tendremos esa libertad de vivir, ese compañerismo, esa maldita alegría compartida, porque siempre triunfará nuestra bondad en la eterna lucha contra el egocentrismo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario