viernes, 19 de octubre de 2012

Vete.

Dicen en mis oídos que es el último adiós, yo no me creo nada. Vivo en una jaula nada divertida, que viaja conmigo allá donde voy.
Podría echarme a llorar ahora mismo, pero entonces ella ganaría y no sería el último adiós.
Creo que aunque no llore, ella ya ganó. Me envuelve; ha encontrado la llave de mi prisión y ahora no me quiere soltar, sus brazos me rodean aplastándome entre los dos grandes muros de no sentir nada; los abrazos no deberían ser así.
Tengo una enfermedad mental real que hace que confunda lo falso con lo verdadero. Me amarga todas las noches, y ya no estoy segura de si dicha enfermedad existe.
Ella sigue abrazándome en la oscuridad mientras el egoísmo me señala riéndose y repitiendo un asqueroso "ya te lo dije". Ahora se han montado un puesto de vigilancia, él y el pesimismo, en frente a la ventana de mi habitación.
Ella me aprieta cada vez más fuerte, pero solo consigue que oiga aún más intensamente las carcajadas de los de fuera.
Maldito optimismo esperanzador, le has hecho una copia a la llave que te confié y ahora la tristeza se ha encerrado conmigo; parece que quiere abrazarme para siempre.

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