miércoles, 31 de octubre de 2012

Soldados.

Fantásticos. Todos nosotros.
Magníficos en cada molécula; perdidos en medio de un mundo lleno de codicia y odio; brillantes y hermosos, inteligentes y bondadosos. Mágicos en cada momento.
Humanos.

Charles Chaplin: El Gran Dictador, El Gran Discurso:
Lo siento, yo no quiero ser emperador. Ese no es mi oficio. No quiero mandar ni conquistar a nadie. Me gustaría ayudar a todos, a ser posible. Judíos, gentiles, negros, blancos... Todos queremos ayudarnos el uno al otro, los seres humanos somos así; queremos vivir por la felicidad del otro, no por su miseria; no queremos odiarnos o despreciarnos el uno al otro. En este mundo hay lugar para todos. ¡Nuestra tierra es rica y puede proveer a todos! La forma de vida puede ser libre y hermosa; pero hemos perdido el rumbo. La codicia ha envenenado el alma del hombre, ha dividido al mundo con barricadas de odio, nos ha sumergido en la desgracia y en un baño de sangre. Hemos desarrollado velocidad, pero nos encerramos en nosotros mismos. La maquinaria que nos da abundancia nos ha dejado en la indigencia. Nuestro conocimiento nos ha hecho cínicos, nuestra inteligencia, duros y descarados. Pensamos demasiado, y sentimos demasiado poco. Más que maquinaria necesitamos humanidad, más que inteligencia, cortesía y bondad. Sin estas cualidades la vida será violenta, y todo estará perdido. El avión y la radio nos han acercado entre nosotros. ¡La naturaleza misma de estos inventos clama por lo bueno que hay en el hombre! Clama por la fraternidad universal y la unión de las almas. Aún ahora, mi voz llega a millones a través del mundo, millones de desdichados hombres, mujeres y niños; víctimas de un sistema que lleva al hombre a torturarse entre sí, que encarcela personas inocentes. Para aquellos que pueden oírme les digo: ¡No desesperen! La miseria que nos aleja ahora, es solo la agonía de la codicia; el resentimiento de hombres que temen el progreso de la especie humana. El odio del hombre pasará, y los dictadores morirán; y el poder que le arrebataron al pueblo, ¡volverá al pueblo! Y mientras los hombres den la vida por ella, la libertad no ha de perecer. ¡Soldados, no os sometáis a las bestias! ¡Hombres que los desprecian y esclavizan, que en nada valoran vuestras vidas, y que les dicen qué hacer, qué pensar o qué sentir! ¡Quien os martirizan y os tratan como ganado, como inútil carne de cañón! ¡No os sometáis a esos engendros! Mitad máquina, mitad hombre con mentes de máquina y corazones de máquina. ¡No sois máquinas, no sois ganado! ¡Sois hombres! Y en vuestros corazones albergáis el amor por la humanidad. Vosotros no odiáis, solo los no-amados odian; los no-amados, los desnaturalizados. ¡Soldados! No peleéis por la esclavitud, peleen por la libertad. Ya estaba escrito en el capítulo 17 de san Lucas: El reino de Dios está dentro del hombre. No solo en un hombre, ni en un grupo de hombres; ¡en todos los hombres! ¡Y vosotros, vosotros el pueblo tenéis el poder! El poder de crear máquinas, de crear felicidad. ¡Vosotros, el pueblo, tenéis el poder de hacer esta vida libre y hermosa! ¡De hacer de esta vida una aventura maravillosa! Entonces, en el nombre de la democracia... ¡Usemos ese poder! Unámonos todos, peleemos por un nuevo mundo; un mundo decente, que le de al hombre una oportunidad de trabajar, que les de un futuro, y a todas las edades seguridad. Prometiendo estas cosas fue como las bestias llegaron al poder, ¡pero mienten! No tienen ninguna intención de cumplir la promesa. ¡Nunca lo harán! Los dictadores se liberan a sí mismos, pero esclavizan al pueblo. ¡Luchemos ahora nosotros por cumplir esa promesa! ¡Luchemos para hacer al mundo libre! Para acabar con las barreras nacionales, para acabar con la codicia, el odio y la intolerancia. Peleemos por un mundo en el que gobierne la razón, un mundo en el que la ciencia y el progreso conduzcan a la felicidad entre todos. ¡Soldados, en el nombre de la democracia! ¡Unámonos todos!


viernes, 19 de octubre de 2012

Vete.

Dicen en mis oídos que es el último adiós, yo no me creo nada. Vivo en una jaula nada divertida, que viaja conmigo allá donde voy.
Podría echarme a llorar ahora mismo, pero entonces ella ganaría y no sería el último adiós.
Creo que aunque no llore, ella ya ganó. Me envuelve; ha encontrado la llave de mi prisión y ahora no me quiere soltar, sus brazos me rodean aplastándome entre los dos grandes muros de no sentir nada; los abrazos no deberían ser así.
Tengo una enfermedad mental real que hace que confunda lo falso con lo verdadero. Me amarga todas las noches, y ya no estoy segura de si dicha enfermedad existe.
Ella sigue abrazándome en la oscuridad mientras el egoísmo me señala riéndose y repitiendo un asqueroso "ya te lo dije". Ahora se han montado un puesto de vigilancia, él y el pesimismo, en frente a la ventana de mi habitación.
Ella me aprieta cada vez más fuerte, pero solo consigue que oiga aún más intensamente las carcajadas de los de fuera.
Maldito optimismo esperanzador, le has hecho una copia a la llave que te confié y ahora la tristeza se ha encerrado conmigo; parece que quiere abrazarme para siempre.